Hay una idea bastante metida en nuestra cultura, y es esa de que solo hay que pararse a mirar hacia dentro cuando todo se está desmoronando. Cuando te dejan, cuando te despiden, cuando estás al límite. Como si solo mereciera la pena preguntarte cómo estás cuando ya no puedes más. Como si el «trabajo emocional» fuera una especie de botón de emergencia.

Y no, la verdad es que no. No hace falta estar rota para mirarte. No necesitas una crisis para cuidarte. De hecho, cuanto más te conoces en los momentos de calma, más fácil es sostenerte cuando la tormenta llega.

A veces pensamos que si estamos bien, entonces no hay nada que revisar. Pero el «bien» también tiene matices. Hay cansancios suaves que se te pegan a los hombros sin que te des cuenta. Hay tristezas pequeñitas que se esconden detrás de las rutinas. Hay heridas antiguas que siguen respirando bajito, aunque tú ya ni las escuches.

Mirarte no tiene que ser dramático. Puede ser suave, como un paseo contigo misma. Como esas caminatas largas en las que no pasa nada… pero pasa todo. Donde de pronto te das cuenta de algo, como una lucecita que se enciende sola.

Hablar contigo puede ser tan simple como escribir lo que sientes sin juicio, o preguntarte por qué estás tan irritable últimamente aunque todo “esté bien”. Puede ser tomarte un rato para estar sola y no hacer nada. O permitirte llorar aunque no tengas una razón clara. A veces la razón no importa. A veces el cuerpo solo necesita vaciarse un poco.

Y ojo, que no te estoy diciendo que tengas que estar todo el día analizando cada cosa que te pasa. Tampoco es eso. Solo que te abras ese espacio, sin que haga falta una excusa. Sin esperar a que el cuerpo grite o el alma colapse.

Porque trabajarte emocionalmente no es un castigo. Es un regalo. Es sentarte contigo sin prisa, escucharte sin miedo, preguntarte con cariño. Y eso no tiene que doler. A veces, de hecho, hasta se siente como descanso.

Así que no esperes a que todo explote para preguntarte cómo estás. Hazlo ahora, aunque estés bien. Hazlo porque estás bien. Porque mereces conocerte también en la luz, no solo en la sombra.

Sofía Alonso Díaz